La historia particular de un muchacho by Edmund White

La historia particular de un muchacho by Edmund White

autor:Edmund White [White, Edmund]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1982-05-14T00:00:00+00:00


5

Si bien mi hermana era feliz con las otras chicas en verano, en invierno pasaba interminables noches en casa esperando que los chicos la invitaran a salir, lo cual la asustaba mucho. Nuestra madre nos había trasladado a un gran piso, amueblado con todo lujo, aunque jamás vino nadie a visitarnos. Por otra parte, mi hermana estaba convencida de que yo era el responsable de su falta de éxito. Con un hermano tan raro, que no tenía nada de atlético, tranquilo o encantador, no era de extrañar que ella quedara fuera de juego.

Dado que mi hermana tan sólo tenía cuatro años más que yo, sabía exactamente lo que podía agradar a mis compañeros de clase: qué tipo de mocasines, qué camisa de manga corta a cuadros rojos y blancos, qué tipo de tejanos, las bromitas del momento más adecuadas. Me ayudaba a comprar ropa y me enseñaba cómo llevarla («Para arremangarte las mangas tienes que hacer exactamente tres pliegues, y todos bien tirantes, ¿ves? Y que no pasen de tres centímetros»). Me enseñó a decir «Qué tal» al mayor número posible de personas en los pasillos de la escuela, a fijarme en quién se dignaba a responder, y a desafiar cualquier mirada inexpresiva con una sonrisa resplandeciente.

Yo tenía una lista con los números de teléfono de las personas que creía conocer lo suficiente como para llamarlas por la tarde o por la noche, e iba marcando sistemáticamente todos aquellos números. Pronto la lista se hizo tan larga —⁠por lo menos treinta nombres⁠—, que empleaba tres días en completar el círculo. «Hola, soy yo. ¿Qué haces? Sí, quiero decir ahora mismo… ¿Qué te imaginabas que quería decir, estúpido? Jo… ¿Chicle? ¿Y a eso le llamas hacer algo? Qué va… No pienso salir. Mi madre me tiene frito con lo de los deberes. Además, por la tele echan aquella serie tan rara de ciencia ficción… Sí, ésa. ¿Tú? ¿Janey va a tu casa a estudiar? Me gusta el jersey azul que llevaba, pero los mocasines negros son un poco bolleras. Claro que no es hortera… Lo que pasa es que os veo a los dos en moto, brrrmmm, brrrmmm, ¿te imaginas? Los dos allí, brrrmmm, brrrmmm».

Y así durante horas y horas, pura ventriloquia, una cháchara que me ponía enfermo, una disciplina casi oriental en su forma de excluir todo contenido y centrarse sólo en locuciones vacías, la verborrea en la que el temor social se confundía con el anhelo, pues yo no solamente temía a mis amigos sino que además quería que me amaran.

Hasta entonces, hasta aquel gran cambio, la amistad para mí había sido más un placer menor que una ciencia. Los amigos habían sido personas con las que te tomas algo en una cafetería, gente con la que compartes aficiones o sala de estudios, chicos igual de inútiles que yo en gimnasia o bien chicas cuyos apellidos habías comprobado, en una reunión de alumnos, que empezaban por la misma letra que el tuyo. Yo nunca había cultivado aquellos conocimientos. Jamás



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